miércoles, 3 de diciembre de 2008

GRACIAS TITA CARMEN

No deja de ser curioso cómo el paso del tiempo suele jugar con nuestra memoria. Digo esto, porque hace unos días hablamos de literatura infantil con nuestro profesor, y pasaron por mi cabeza ciertos momentos en los que recordaba a mi madre leyéndonos cuentos en los que yo preguntaba sin parar sobre las cosas que ella decía.
Yo tenía entre tres o cuatro años y mi madre parecía agobiada con tanta pregunta. Supongo que la interrumpía constantemente y eso hacía que los demás no se concentraran en el cuento. Entre todos la volvíamos loca.

Al día siguiente comenté con ella esos pequeños recuerdos. Y cual fue mi sorpresa cuando me dijo que era imposible que fuera ella, porque casi no sabía leer y, además, su miopía y sus cataratas ya le daban problemas a la hora de ver las letras.
Entonces, retrocedió en el tiempo y me dijo que, con toda seguridad, se trataba de mi tía Carmen que ella, sí, nos podía leer cuentos y que le encantaba contar historias e incluso chistes para entretenernos a mis dos hermanos, mis dos primos (sus hijos), y a mí. También recordó que, probablemente, sucediera mientras ella estaba convaleciente en el hospital a raiz de su último parto que, por diversas causas, acabó con la perdida del bebé que esperaba. Ya no pudo tener más hijos. Y por si fuera poco tuvieron que operarla a vida o muerte.

Escuchando a mi madre comencé a encajar ciertos recuerdos que guardaba mi memoria, ahí, entre los cuentos y los chistes que mi “tía” nos contaba, y que no entendía demasiado bien. Ahora comprendo el esfuerzo que ella hizo por y para entretenernos e intentar que no echáramos de menos a mi madre. Y, por que un día nos llevó a su casa y la casa estaba llena de gente que no conocíamos, amigos, vecinos, y familiares de ella. Mi hermana mayor y yo estábamos aturdidas con tanto jaleo, aunque todos se deshacían por mantenernos contentos.
Mi tía desapareció con mi hermano, supongo ahora, que, cómo era más pequeño, no quiso dejarlo por miedo a que entre unos y otros pudieran causarle algún daño. Yo era muy pesada y preguntaba por mi madre sin parar. Nadie contestaba, claro, ahora lo entiendo.
Al poco tiempo perdí de vista a mi hermana y me senté en un sillón de color oscuro que había en el cuarto de estar. Miraba mis piernas y sentía frío. También miraba a las personas que estaban allí y me sentía sola. Una de las chicas, la que parecía mandar en toda la tribu, debió de imaginar que iba a comenzar a llorar de un momento a otro y, con su fuerte voz, les gritó a todos: Pero qué pasa aquí es que en esta casa no hay alegría o es que somos tontos. Y entonces, unas cuantas chicas tan mayores cómo ella pusieron en marcha un tocadiscos con canciones de: Manolo escobar, Dolores Vargas "La Terremoto", Lola Flores, Peret, y más. En fin, que, entre rumbas y risas, consiguieron no sólo que no llorara sino que disfrutara de las canciones, bailes, y alegría que se formó en la habitación.

Cómo decía, es curioso que, después de transcurridos más de cuarenta años, mi madre y yo estemos ensamblando momentos que casi desconocíamos la una de la otra.
Gracias tita Carmen.

1 comentario:

pepe montero dijo...

Recordar momentos que se fueron,
es oir al otro lado de la luz,
es huír del presente hacia otra cruz,
y un poco, rehusar los que vinieron.

Un cuarteto de regalo. Que ya te vale. Me he tenido que enterar buceando en el blog de Fernando.

Me gustan tus recuerdos.

Un beso