lunes, 20 de abril de 2020

SALTAR AL VACÍO


Estoy muy, muy, muy cansada. Harta diría yo. Harta de ver, de escuchar, de callar. De ver tanta nube negra a punto de soltar su alquitrán y callar, de escuchar cómo cada día la tormenta avisa su llegada y callar, de tener miedo a decir lo que pienso y callar. Sí, miedo. Miedo a perder la amistad de gente maravillosa porque quizá no pienso de igual manera que ellos o que vosotros, pero ya está. Ya no puedo más.
Ya, ya ..., ya sé que ésto puede que os pase a muchos de vosotros. Y que sea natural. Que el pensamiento es libre y cada cual puede pensar cómo guste, y “supuestamente” hay que respetar todas las opiniones y puntos de vista diferentes a la nuestra y bla, bla, bla. Pero… ¿Qué pasa, se ha vuelto majara todo el mundo o qué?.
Nunca me ha gustado la política, nunca la entendí ni me la explicaron, quizá sea eso: que no tengo cultura política, ni científica, ni matemática, ni histórica, ni literaria, al menos , no la suficiente y ahí está el problema. Hablar sin tener los datos necesarios es saltar al vacío, pero a éstas alturas obtener un panorama amplio, fiable y sobre todo objetivo de la situación actual supondría vivir más de una vida para mí , y no pienso consentirlo. Con una vida real tengo bastante.
En mi casa no se conversaba sobre ello. Ni un político en la familia…, que yo sepa. En mi casa jamás se hablaba de política, pero sí se hablaba de la escasez y la miseria, de la enfermedad y las heridas, sí del hambre de niños y adultos, sí de los muertos, sí se hablaba de la infancia y de la juventud: ésa que no vuelve a pasar dos veces en la vida y de que “algo” se las arrebató, así, como cuando entra una bala en la frente y no sabes por dónde ha venido. Pero... ¿Qué ocurre con la gente?
Qué triste pasado, qué triste que tu familia tenga ése desequilibrio clavado en su recuerdo y en su piel, y qué triste que la política tenga esa cara B en el disco. Esa cara que lleva a que las gentes se maten unas a otras porque la política falló o fracasaron los políticos.
Nací en un pueblo de Córdoba. Me he criado, casado y divorciado en Zaragoza. Seguramente me moriré aquí. Tengo familia en Madrid, en Manresa, en Málaga, en Granada, en Palma de Mallorca, en Extremadura, en Burgos, en Logroño, en Gandía, y no sé en cuantas provincias más. Tengo amigos en Bilbao. Mis antepasados maternos provenían de Galicia y los paternos de Aragón, no sé qué pueblo.
No me gusta la política, no la entiendo. No me gustan las derechas ni las izquierdas, no las entiendo, pero una persona (no diré su nombre, por si no lo recuerda) me dijo algo interesante sobre que la política es lo único que tiene el poder para cambiar nuestra vida, que todo es político: escoger un periódico, una película, una canción, un libro, un autobús, un coche, unos zapatos, un traje, un bolso etc,etc...


Qué pena yo nunca lo vi desde esa perspectiva hasta entonces, pero tenía razón la política está en la mayoría de las decisiones que tomamos. Ya sé, ya sé, uno escoge lo que le gusta dentro de su presupuesto, claro, pero ¿acaso ésto no es algo político?
Todo sería más fácil para mí si tuviera una posición política, pero no la tengo. Y ahora menos. Hay ideas de izquierdas y de derechas con las que estoy de acuerdo, pero encuentro en ambas corrientes algunas ideas que no comparto en absoluto. Nada me convence de que uno u otro ideario vayan a cambiar algo bajo el sol para el resto de los habitantes, algo en positivo, claro.
Respeto a las personas piensen lo que piensen en todos los ámbitos: religioso, cultural, social, político etc, etc., y me gustaría que ese respeto fuera recíproco, y tengo en cuenta que todos poseemos verdades en las manos, aunque la verdad que tengo en mis manos no tiene por qué coincidir con la que los demás tienen en las suyas. Todas cuentan.
Y ahora, en medio de tanta destrucción y terror sanitario, económico y, ante todo…, humano, lo único que no necesito es leer, ver o escuchar el insulto, la humillación, la amenaza, la rivalidad y el desprecio exponencial que unos y otros lanzan sobre los que piensan diferente. ¿Dónde está la tolerancia de la que unos y otros presumían y hasta exigían? ¿Qué locura es ésta?
Igual soy de ideas moderadas. De eso que llaman “centro”, pero ¿Cómo hallar el centro cuando se ha perdido el norte, el sur, el éste y oeste?.
¿Qué tal si honramos a los muertos con el mismo silencio con el que todos se han despedido de éste mundo y acompañamos a sus familiares y amigos con todo el cariño que se merecen y con toda la dignidad y respeto que seamos capaces de entregarles? ¿Qué tal si recompensáramos a todos los que nos ayudan con su trabajo en hospitales, en tiendas, en carreteras, en la seguridad de todos y fuéramos capaces de tranquilizarnos y sosegarnos por ellos? ¿Qué tal si trasmitiéramos y ayudáramos a los políticos para que buscaran el centro del camino que han extraviado entre unos y otros, si es que alguna vez lo encontraron, para que todo esto tenga el mejor fin posible? ¿Qué tal si hacemos un esfuerzo más?
Cómo hacer entender que la histeria colectiva y la narrativa extrema en política, como en todo, nos ciega y nos aparta del camino que otros habrán de continuar y que de seguir así todos vamos de cabeza al pozo negro que unos pocos han diseñado para nosotros desde sus intocables y extravagantes despachos con su inmundicia y sin escrúpulos. No hagamos el trabajo sucio de los ingenieros de la tarta que otros se comerán.
¡Ya está! ya me quedé sin amigos.