Estoy
muy, muy, muy cansada. Harta diría yo. Harta de ver, de escuchar, de
callar. De ver tanta nube negra a punto de soltar su alquitrán y
callar, de escuchar cómo cada día la tormenta avisa su llegada y
callar, de tener miedo a decir lo que pienso y callar. Sí, miedo.
Miedo a perder la amistad de gente maravillosa porque quizá no
pienso de igual manera que ellos o que vosotros, pero ya está. Ya no
puedo más.
Ya,
ya ..., ya sé que ésto puede que os pase a muchos de vosotros. Y
que sea natural. Que el pensamiento es libre y cada cual puede pensar
cómo guste, y “supuestamente” hay que respetar todas las
opiniones y puntos de vista diferentes a la nuestra y bla, bla, bla.
Pero… ¿Qué pasa, se ha vuelto majara todo el mundo o qué?.
Nunca
me ha gustado la política, nunca la entendí ni me la explicaron,
quizá sea eso: que no tengo cultura política, ni científica, ni
matemática, ni histórica, ni literaria, al menos , no la suficiente
y ahí está el problema. Hablar sin tener los
datos necesarios es saltar al vacío,
pero a éstas alturas obtener un panorama amplio, fiable y sobre todo
objetivo de la situación actual supondría vivir más de una vida
para mí , y no pienso consentirlo. Con una vida real
tengo
bastante.
En
mi casa no se conversaba sobre ello. Ni un político en la familia…,
que yo sepa. En mi casa jamás se hablaba de política, pero sí se
hablaba de la escasez y la miseria, sí
de
la enfermedad y las heridas, sí del hambre de niños y adultos, sí
de los muertos, sí se hablaba de la infancia y de la juventud: ésa
que no vuelve a pasar dos veces en la vida y de que “algo” se las
arrebató, así, como cuando entra una bala en la frente y no sabes
por dónde ha venido. Pero... ¿Qué ocurre con la gente?
Qué
triste pasado, qué triste que tu familia tenga ése desequilibrio
clavado en su recuerdo y en su piel, y qué triste que la política
tenga esa cara B en el disco. Esa cara que lleva a que las
gentes se maten unas a otras porque
la política falló o
fracasaron
los políticos.
Nací
en un pueblo de Córdoba. Me
he criado, casado y divorciado en Zaragoza. Seguramente me moriré
aquí. Tengo familia en Madrid, en Manresa, en Málaga, en Granada,
en Palma de Mallorca, en Extremadura, en Burgos, en Logroño, en
Gandía, y no sé en cuantas provincias más. Tengo amigos en Bilbao.
Mis antepasados maternos provenían de Galicia y los paternos de
Aragón, no sé qué pueblo.
No
me gusta la política, no la entiendo. No me gustan las derechas ni
las izquierdas, no las entiendo, pero una persona (no diré su
nombre, por si no lo recuerda) me dijo algo interesante sobre que la
política es lo único que tiene el poder para cambiar nuestra vida,
que todo es político: escoger un periódico, una película, una
canción, un libro, un autobús, un coche, unos zapatos, un traje, un
bolso etc,etc...
Qué
pena yo nunca lo vi desde esa perspectiva hasta entonces, pero tenía
razón la política está en la mayoría de las decisiones que
tomamos. Ya sé, ya sé, uno escoge lo que le gusta dentro de su
presupuesto, claro,
pero
¿acaso
ésto no es algo
político?
Todo
sería más fácil para mí si tuviera una posición política, pero
no la tengo. Y
ahora menos.
Hay ideas de izquierdas y
de derechas con
las que estoy de acuerdo,
pero
encuentro en
ambas corrientes
algunas
ideas
que
no comparto en absoluto. Nada
me convence de que uno u otro ideario vayan a cambiar algo bajo el
sol para el resto de los habitantes, algo
en positivo, claro.
Respeto
a las personas piensen lo que piensen en
todos los ámbitos: religioso, cultural, social, político etc, etc.,
y
me gustaría que ese respeto fuera recíproco,
y
tengo en cuenta que
todos poseemos verdades en las manos, aunque
la verdad que tengo en mis manos no tiene por qué coincidir con la
que los demás tienen en las suyas. Todas cuentan.
Y
ahora, en medio de tanta destrucción y terror sanitario, económico
y, ante todo…, humano, lo
único que no
necesito es leer, ver o escuchar el insulto, la humillación, la
amenaza, la rivalidad y el desprecio exponencial que unos y otros
lanzan sobre los que piensan diferente. ¿Dónde
está la tolerancia de la que unos y otros presumían y hasta
exigían? ¿Qué locura es ésta?
Igual
soy de ideas moderadas. De
eso que llaman “centro”, pero ¿Cómo
hallar el centro cuando se ha perdido el norte, el sur, el éste y
oeste?.
¿Qué
tal si honramos a los muertos con el mismo silencio con el que todos
se han despedido de éste mundo y acompañamos
a sus familiares y amigos con
todo el cariño que se merecen y con
toda
la
dignidad y respeto que
seamos capaces de entregarles?
¿Qué
tal si recompensáramos a todos los que nos ayudan con su trabajo en
hospitales, en tiendas, en carreteras, en la seguridad de todos y
fuéramos capaces de tranquilizarnos y sosegarnos por ellos? ¿Qué
tal si trasmitiéramos y ayudáramos a los políticos para que
buscaran el centro del camino que han extraviado entre unos
y otros,
si es que alguna vez lo encontraron, para
que todo esto tenga el mejor fin posible?
¿Qué
tal si hacemos un esfuerzo más?
Cómo
hacer entender que la histeria colectiva y la narrativa extrema en
política, como
en todo, nos
ciega
y nos aparta
del camino que otros habrán de continuar
y que
de
seguir así todos vamos
de cabeza al pozo negro que unos pocos han diseñado para nosotros
desde sus intocables
y extravagantes despachos
con
su inmundicia y
sin
escrúpulos. No hagamos el trabajo sucio de los ingenieros de
la tarta que otros se comerán.
¡Ya
está! ya me quedé sin amigos.
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