sábado, 8 de octubre de 2011

PARA MI AMIGO FÉLIX ROMEO


Hacer memoria es un esfuerzo impecable. Lo primero que he recordado, después de asimilar (o, al menos, intentarlo) que el tren ha llegado a tu destino. Sí, de éste ave que nos arrastra a todos a una locura sin tregua. De manera, que no es de extrañar (sí, de sentir) que tu corazón haya frenado en seco.

Y por eso mi memoria me ha devuelto a esa tarde en la que nuestras vidas coincidieron en el Joaquín Roncal. Tú escritor invitado al Curso de escritura Cálamo. Yo alumna del mismo. Tu pasión literaria y vital nos envolvió y las horas parecieron minutos. Queríamos más, claro.

Después, vernos y saludarnos en presentaciones y encuentros literarios varios, era lo acostumbrado. Saludos y risas siempre.

Mi curiosidad quiso conocer tus obras literarias y quiso comenzar por Discothèque, pero le recomendaste Amarillo y esa curiosidad mía se sumergió en el amor de la amistad, en la rabia y la huella que la ausencia deja en los asientos del tren y adentro de nosotros mismos, pero también descubrió el coraje y la fuerza para seguir enfrentándonos al horizonte.

Recuerdo tu sonrisa encantadora y burlona cuando, a veces, al despedirme, casi te exigía que me dieras un beso. Sí, ya sé que soy así de tonta, a veces, muchas veces, y, seguramente, en estos más de cuatro años discontinuos nos hemos visto poco, sobre todo, en éste último que a penas he podido escaparme de aquí, de ahí, que no haya podido existir entre nosotros (bueno, entre casi nadie y yo) una amistad, lo que se dice, consolidada, pero, entonces, por qué me dueles tanto, Félix.

Un beso para ti, sé que un día… me devolverás éste beso amigo, Félix.

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