viernes, 21 de agosto de 2009

2009: UN LARGO Y CALUROSO VERANO

Este verano esta siendo terriblemente complicado y asfixiante. El calor lo quema todo y andar por muchas de las calles de Zaragoza ahora, que ya no hay barrio zaragozano que no tenga abierta las ingles, se ha convertido en una gincana diaria, un sortear bofetones contra el suelo de las aceras o del asfalto o de un cuerpo ajeno al tuyo, y todo a causa de las obras.
Es todo un éxito salir vivo de este laberinto de zanjas, tuberías, vallas y desaciertos varios. Qué bonito… quedará todo después.
La gente se va quedando sin empleo y este escape continuo de puestos de trabajo pasa a formar parte importante del círculo vicioso que alimenta la crisis. Y por si no fuera suficiente este panorama la lista de parados engorda como la preñez y como las facturas de la luz, el gas, teléfono, etc, etc, etc, y así, se va echando más leña al fuego infernal de la supervivencia humana y urbana y no hablaremos de la hipotecada burbuja que en muchos casos, y casas, acabará estallando más pronto que tarde.
Y los políticos disfrutando de sus “merecidas” vacaciones, claro o saliendo a la palestra para seguir insultándose. Que eso es lo que nos ayudará a salir de ésta… con dos cojones… u ovarios, que para el caso lo mismo da.
La gente, con o sin dinero, se va de la ciudad y hace bien, qué narices. Y a falta de recursos o por si la “cosa” empeora, abandonan la idea de ir a conocer Indonesia y de buena o mala gana o por si al año que viene no llega ni para eso se marchan a la casa del pueblo: propia o del amigo o del pariente: “si no que no hubieran abierto la boca hace unos años para invitarnos insistentemente, oyyyes…”
Entre tanto desbarajuste, el pequeño negocio se va al carajo porque entre el aumento de impuestos, gastos y demás zarandajas, las múltiples obras, la estampida vacacional, la insuperable competencia de los poderosos Centros Comerciales y, para rematar la situación, ésta economía más que ajustada que ronda a la mayoría de la clase media baja y, si me apuras, hasta la alta, diría yo. Lo dicho, el pequeño negocio se va a pique. Claro que… ¿a quién le importa que unos cuantos de miles de pequeños autónomos cierren sus pequeños negocios o talleres? A nadie, te lo digo yo. Y menos a los políticos de turno. Para qué preocuparse: el pequeño negocio que no aguante la crisis que se joda, cierre y se las apañe como pueda. Al fin y al cabo no son una carga ni social ni políticamente hablando. Además, ni siquiera pasarán a engordar las ya hinchadas listas de desempleo por que, por no tener, no tienen ni ese derecho. Para qué preocuparse si nadie, excepto ellos, lo sufren o sufrirán…
Y, por si el ardiente verano no termina por descolocarnos celebral y económicamente a todos, habrá que prepararse para pasar un invierno de órdago con la silente y globalizadora “gripe A” que amenaza, antes de comenzar el curso, con cerrar las puertas de los colegios españoles al primer caso oficialmente declarado de la enfermedad en un alumno, o sea, cuando prácticamente estemos todos expuestos al contagio, porque, al final, pasará como con los piojos estudiantiles que cuando te enteras del primer caso es porque toda la familia tiene una juerga flamenca en la cabeza de aquí te espero, morena. Cómo si lo viera u oyera: el sonido del primer estornudo de un alumno en clase sonará a bomba de relojería y abandono del barco hasta que se vaya el ifessstad@. Regla general: “sálvese quien pueda” y esto después de tantos años de estudios científicos y aparatos sofisticados varios. Pues ¡hala! que el curso promete diversión a mares.
Y en medio de todo este berenjenal los medios de información dan una noticia, entre otras, espeluznante: Óscar Pérez, un hombre, un ser humano, un sano deportista de treinta años que tras sufrir un accidente escalando con su compañero Álvaro Novellón el sábado día 8 de agosto en el Karakorum, Pakistán, ha quedado inmovilizado a causa de varias fracturas y su amigo y compañero lo ha tenido que dejar para dar la voz de alarma. Óscar se quedó a más de seis mil metros de altura: solo, herido, con temperaturas superiores a los quince grados bajo cero y con escasos víveres. Allí se ha quedado esperando al equipo de salvamento. Allí duerme para siempre al calor de la Reina de las Nieves.
Óscar, un muchacho apasionado del deporte por el que ningún club pagaba cifras escandalosas de millones de euros ni le contrataban para hacer publicidad de marca alguna, pero cuando conseguía llegar a lo más alto, compartía su triunfo con todos sus familiares, amigos, compañeros, con el resto de los españoles y con el resto del mundo. Casi nadie reconoce actualmente la inquietud exploradora de estos muchachos. Lástima.

Tiene razón mi admirado Manuel Vilas cuando en su columna del Heraldo de Aragón del pasado jueves se pregunta tantas cosas sobre lo sucedido con el no salvamento de Óscar. Hay respuestas que son incomprensibles, amigo Vilas.

Desde aquí envío mi pésame a toda la familia y amigos y compañeros. Para todos ellos y en especial para Álvaro, el último ser humano con el que compartió su pasión por la escalada, dedico las palabras que Frank Kafka escribió un año antes de su muerte a su también auténtico amigo Max Brood en el año 1923, y que aparecen en el libro del que habla MV en su blog:”Hans-Gerd Koch (ed.), Cuando Kafka vino hacia mí, (pag. 120) traducción de Berta Vias Mahou, Acantilado, Barcelona, 2009:

“Cuando hablas de “rabia”, se trata de una manera de hablar que no se corresponde ni contigo ni con lo que quieres decir. Es necio por mi parte hablar de cosas que sabes mejor que yo, pero realmente soy necio e inseguro y por eso me alegra un poco expresar una seguridad como ésta: rabia es lo que siente un niño cuando su castillo de naipes se derrumba porque un adulto empuja la mesa. Pero el castillo de naipes no se derrumbó porque alguien empujara la mesa, sino porque se trata de un castillo de naipes. Un verdadero castillo no se derrumba, ni siquiera cuando alguien parte la mesa en trozos para hacer leña. No necesita unos cimientos ajenos. Se trata de cuestiones evidentes, remotas y magníficas”


Gracias Manuel, por hacer que descubra un sin fin de buenos e interesantes libros. Éste es un claro ejemplo de ello.


Hasta siempre Óscar.

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